31 de octubre de 2011

Una vida con la selección - Montreal ´76

Durante años, el Eurobasket no garantizaba plazas para diputar los Juegos Olímpicos. De ahí que cada año olímpico se celebrara un torneo de clasificación que era, de hecho, un nuevo Campeonato de Europa. Los tres primeros clasificados se incorporaban al campeonato olímpico mientras el resto hacía las maletas. 

España se presentó en Hamilton como vigente cuarto clasificado en el anterior Eurobasket. Como la Unión Soviética había vencido por primera vez a los Estados Unidos en la polémica final de Munich 1972, en principio los españoles tenían únicamente que mantener el nivel. 

Lo sucedido en el torneo preolímpico fue una bofetada en toda regla de la que el baloncesto nacional tardó algunos años en recuperarse. La verdad es que algo debía sospecharse, ya que se había pasado de las mejores clasificaciones de la historia (plata en el Eurobasket de 1973 y quinto puesto en el Mundobasket de 1974) a la manifiesta incapacidad de competir con los mejores en 1975. España se encontraba en una especie de tierra de nadie: inabordable para selecciones inferiores e incapaz de alcanzar a las Yugoslavia, Unión Soviética o Italia. 

No comenzó mal la cosa, venciendo a Polonia en la primera jornada y que era nuestra particular bestia negra a mediados de los años setenta. La derrota por la mínima (72-73) ante México fue seguida por sucesivas victorias ante rivales menores durante la primera fase. Llegados a la fase definitiva se venció a Checoslovaquia, pero las derrotas ante Yugoslavia (arrollador 71-96) y Brasil (100-109) dejaron fuera a los nuestros.

Los Santillana, Gonzalo Sagi-Vela, Luyk, Escorial, Cristóbal Rodríguez, Brabender, Corbalán, Cabrera, Beltrán, Rullán, Flores e Iradier, con Díaz Miguel al mando de las operaciones, se llevaron un gran chasco.  

La ausencia en Montreal sería la segunda consecutiva, tras la prometedora participación en México 68. Por desgracia, los resultados mediocres o directamente catastróficos, se repetirían en los años siguientes.

El cuadro final quedó compuesto por dos grupos de seis selecciones, el grupo A (Unión Soviética, Canadá, Cuba, Australia, México y Japón) y el grupo B (Estados Unidos, Yugoslavia, Italia, Checoslovaquia, Puerto Rico y Egipto). Los dos primeros de cada grupo pasaban directamente a semifinales. 

El grupo A fue dominado claramente por los soviéticos (+35 de diferencia media) y segundos fueron los canadienses. En el grupo A, los estadounidenses también dominaron, aunque no tan claramente, con trabajadas victorias ante Puerto Rico (95-94) y Checoslovaquia (81-76). A punto estuvo de saltar la sorpresa, pero una victoria por la mínima ante los italianos, clasificó a los plavi para semifinales.

Todo el mundo esperaba una revancha de los juegos de Munich, pero aunque los americanos se deshicieron con claridad de sus vecinos del norte (95-77), los yugoslavos sorprendieron a los hasta entonces arrolladores soviéticos (84-89) y se plantaron en la final. Ahí no hubo color y los estadounidenses recuperaron el cetro baloncestístico mundial. La plata fue para los yugoslavos y el bronce para los soviéticos, que aplastaron a los canadienses (100-72).

Por los Estados Unidos formaron jugadores tan conocidos como Phil Ford, Adrian Dantley, Walter Davis, Quinn Buckner o Mitch Kupchak. 
Por los plavi, los clásicos: Kikanovic, Jelovac, Jerkov, Zizic, Knego, Slavnic, Cosic, Solman, Dalipagic o Delibasic. Talento y desparpajo a raudales en una generación aún muy joven.

Por los soviéticos, los más conocidos eran Edeshko, Sergei y Alexander Belov, Tachenko o Mishkin (el Larry Bird ruso). No hay que decir que el bronce final fue considerado un fracaso absoluto.

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