20 de octubre de 2019

¡Campeones del mundo!

Hace ya más de un mes y todavía no he escrito nada por aquí. Y resulta que somos CAMPEONES DEL MUNDO. Por segunda vez, trece años después, otro mes de setiembre y otro país asiático. 

Un campeonato inmaculado, con ocho victorias en ocho partidos. Como en 2006, pero sin otro punto en común. Y sin Pau Gasol. El primer oro en un campeonato, ya sea Mundobasket, Eurobasket o Juegos Olímpicos, que la Selección consigue sin su máximo referente durante los últimos veinte años, o casi. 

Voy a ser sincero: no daba un duro por esta Selección. Dudaba incluso que fuera capaz de clasificarse directamente para los JJOO de Tokio 2020, para lo que debía quedar entre las dos primeras selecciones europeas del campeonato y la lista era muy larga: Serbia, Grecia, Francia, Italia, Lituania... y España. 



El reto era homérico. Gasólico, tal vez. Y el equipo no era para tirar cohetes, con muchos de los jugadores que han protagonizado las últimas gestas de la Selección en estado de forma más bien deficiente y unos jugadores que deben tomar el testigo aún un poco verdes. En medio Sergio Scariolo, el seleccionador más laureado de la Historia del Baloncesto español, pero que todavía es masacrado en redes sociales. 

La primera fase, en un grupo benevolente, sirvió para hacer saltar todas las alarmas. Triunfos muy trabajados ante Túnez, Puerto Rico e Irán, dejaron más sombras que luces. La rotación no era demasiado fiable, los inicios de los partidos eran tan malos que siempre tocaba remar a contracorriente, los que se suponen que debían tirar del carro, encontraban grandes dificultades. Marc Gasol, el gran referente a priori, parecía estar fuera de forma y no era determinante. Solo Ricky Rubio daba una cierta consistencia, bastante inesperada, por cierto. Sin embargo, los triunfos iban cayendo en el zurrón de los españoles. 



Si la primera fase había sido amable, pero complicada, la segunda aparentaba ser todo lo contrario. Partidos contra Italia, que había desplegado un juego muy vistoso y efectivo, y contra Serbia, la indiscutible favorita para ganar el Mundobasket y que había arrasado hasta entonces. Las tertulias hablaban de que la Selección siempre se había crecido en estos momentos, pero en esta ocasión yo no confiaba en que fuera capaz. Faltaba demasiado talento y enfrente había dos grandes equipos. 

Italia fue derrotada con gran brillantez defensiva. Ese partido nos clasificaba para los cuartos de final y nos acercaba a los Juegos. Como siempre viniendo desde atrás, pero el equipo dubitativo que habíamos visto hasta entonces dio paso a otro con gran cuajo que se sobrepuso a los arreones de los azzurri, que de repente mostraron todas sus carencias y sus costuras. 

MVP, quién lo iba a decir


El partido contra Serbia, aparentemente un mero trámite, fue la apoteosis. Frente a la gran favorita, con una nómina de jugadores espectacular que incluía al posiblemente jugador con más talento del campeonato (Jokic), España desplegó un juego tremendo que arrolló a los plavi. Llegamos a ganar por más de veinte puntos, como la mítica canción de Los Nikis. De repente, sin comerlo ni beberlo, España había dado un golpe en la mesa que se había oído en todos los rincones del Planeta Basket. 



Los cuartos de final ante Polonia, aunque trabajados, fueron solo un trámite, una estación de paso a las semifinales, donde esperaba Australia. Otro equipazo que había dado grandes lecciones de baloncesto, con jugadores superlativos hasta entonces: Patty Mills, Joe Ingles, Aaron Baynes, Andrew Bogut... Un partido épico que España tuvo perdido varias veces, resuelto tras dos prórrogas y con una actuación estelar, paulesca, de Marc Gasol. Otra semifinal agónica, como la de 2006 frente a Argentina. 

Y Argentina ha sido nuestro rival en la final tras deshacerse de Serbia en cuartos de final y de Francia en semifinales, con grandes actuaciones de Campazzo, Laprovittola, Deck y Scola. ¿Qué pasó? Que a Scola le cayeron todos los años de golpe y España ganó de calle una Copa del Mundo que ha sido suya por tesón, por capacidad de sufrimiento y, por momentos, por juego. 


El ancla
 
España ha demostrado que haciendo las cosas bien y creyendo en uno mismo y en el equipo, se llega lejos. Scariolo ha salido revalorizado como entrenador, porque este ha sido un equipo de autor. Ricky Rubio ha sido MVP. Marc Gasol ha estado en el mejor quintento del campeonato. Rudy Fernández ha jugado como hacía tres o cuatro años que no lo hacía y ha sido determinante en defensa, lado de la cancha en el que ha sobresalido Victor Claver, uno de los nombres del campeonato (aunque pocos recordarán que ya en 2015 dio un clinic defensivo sobre Antetokoumpo). 

Estados Unidos, Serbia, Jokic, Djordevic, Grecia, Antetokoumpo y Lituania son, probablemente, los que han salido más desfavorecidos en un campeonato en el que la furia del dragón ha sido española. 

Orgulloso de un grupo que ha complementado la evidente pérdida de talento con una fe y un trabajo superlativos con los que ha superado a selecciones con más nombres, pero menos EQUIPO.

Victor Claver, el héroe del Proletariado

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