Retomamos esta aplaudida sección después de una pausa demasiado prolongada. Lo habíamos dejado tras la amarga experiencia de la organización del Mundobasket de 1986, que había acabado en un fracaso de la Selección Española. Se encadenaban así dos veranos en los que nuestro combinado no alcanzaba los mínimos exigidos.
En 1987 se celebraba en Grecia de nuevo el Eurobasket, que España afrontaba sin la presencia de Fernando Martín. Por entonces, los jugadores NBA eran considerados profesionales mientras los del resto del mundo eran amateurs, así que los primeros tenían vetada su participación en cualquier campeonato organizado por la FIBA.
Pero pasemos al campeonato.
Las diez selecciones que participaban en la Fase Final se dividieron en dos grupos, claramente descompensados en cuanto a calidad.
En el grupo B jugaría Italia junto a la República Federal de Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Holanda e Israel. No hubo mucha historia y los transalpinos dominaron con un registro inmaculado de 5-0 y una diferencia media de casi 18 puntos en sus victorias. Con tres victorias y dos derrotas acabaron Alemania y Polonia. La decadente Checoslovaquia completaría el cuadro de cuartos de final. Holanda e Israel fueron meras comparsas.
El grupo A, con España, Unión Soviética, Yugoslavia, Grecia, Rumanía y Francia, daría mucho más juego.
Los soviéticos dominaron el grupo con una diferencia media de 20 puntos y un parcial de 5-0. Ganaron a Yugoslavia (100-93), a Francia (107-78), a Rumanía (121-74), a Grecia (69-66 en un aviso de lo que vendría después...) y a España (104-88).
Los nuestros, además de con los soviéticos, perdieron con los plavi (76-94), lo que llevó a clasificarse tercera del grupo tras derrotar con facilidad a franceses (111-70), rumanos (116-98) y griegos (106-89). La victoria de los griegos ante los plavi (84-78) hizo que hubiera un triple empate con España, con tres victorias y dos derrotas. El orden final hizo que los yugoslavos fueran segundos y los griegos, cuartos.
Tanto Francia como Rumanía, vieron pasar a los favoritos como un ciclón.
Los cuartos de final fueron bastante desequilibrados: los soviéticos se deshicieron fácilmente de los checoslovacos en la reedición de un clásico venido a menos del baloncesto europeo (110-91). Los plavi aplastaron a los polacos (128-81), los españoles se deshicieron de los alemanes por un cómodo 107-77.
La mayor sorpresa hasta entonces fue la eliminación de los italianos, primera con comodidad de su grupo, por Grecia (78-90). Luego vendrían más.
Los resultados de los cuartos de final vinieron a confirmar que el grupo A era mucho más fuerte que el B, con todos sus componentes en semifinales.
Allí, los soviéticos no dieron cuartel a España, derrotada por 96-113. En la otra semifinal los griegos, aupados por su enfervorecido público, se deshicieron de Yugoslavia en un ajustado 81-77.
Los plavi se repondrían para ganarnos la medalla de bronce (87-98). Recuerdo de este partido que al descanso se llegó con un marcador más o menos ajustado y que Fernando Romay estaba haciendo el partido de su vida con la Selección. De nada sirvió. Unas decisiones discutibles por parte de la pareja arbitral (por lo menos Pedro Barthe no paraba de criticarles) y la ingente calidad de Petrovic bastaron para dejarnos con la miel en los labios.
España se despedía en el 4º puesto y un balance de 4-4. Seguíamos en los puestos de honor, pero faltaba nivel para competir por más. Frustración.
La final fue apoteósica. Un equipo soviético plagado de estrellas (con, por ejemplo, un emergente Marciulonis), era incapaz de distanciarse de un equipo griego que jugaba con seis jugadores pero en el que solo cuatro (Giannakis, Gallis, Fassoulas y Christodoulou) eran los que se jugaban el bacalao. La locura de la gente iba in crescendo tras cada canasta épica de los suyos. Creo que Iovaisha falló un triple que hubiera puesto fin a todo, pero falló y el partido llegó a la prórroga. La presión del público fue mayúscula y los jugadores griegos estabaon como poseídos. Al final, se llevaron el oro ganando 103-101 en la mayor sorpresa del baloncesto moderno.
No fue flor de un día. En campeonatos posteriores los griegos demostraron que habían venido para quedarse. Y así siguen hasta hoy.
Como no podía ser de otra forma, Nikos Gallis fue elegido mejor jugador del torneo. En el cinco ideal del campeonato le acompañaron Fassoulas, Volkov, Marciulonis y nuestro Andrés Jiménez.
Repasar la selección griega da pena. Además de los cuatro ya comentados, los únicos apellidos reconocibles serian los de Kambouris, Filippou o Ioannou.
En la Unión Soviética de Gomelski tenemos, en cambio, a Volkov, Valters, Marciulonis, Tikhonenko, Tkachenko, Iovaisha, Homicius, Enden, Babenko, Tarakanov, Pankrashkin y Goborov. Sin duda echaron de menos la poderosa figura de Sabonis, cuyo futuro profesional pendía de un hilo por su lesión en el talón de aquiles.
Los plavi estaban en fase de renovación, con los hermanos Petrovic, Kukoc, Divac, Radja, Paspalj, Vrankovic, Djordjevic, Cvjeticanin, Radovanovic, Radovic y Grbovic.
Como hablamos, España dio muestras de no poder ir más allá, con un registro mediocre y, sobre todo, derrotas demasiado abultadas frente a los equipos importantes. Un repaso a los nombres hace que veamos con perspectiva el porqué: Epi, Villacampa, Sibilio, Solozábal, Jiménez, un jovencísimo Ferrán Martínez, Romay, otro jovencísimo Montero (defensa sobresaliente a Gallis incluida), Margall, Fernando Arcega, Zapata y José Ángel Arcega.
Al año siguiente tocaba preolímpico y Juegos, a celebrarse en Seúl. Las perspectivas no eran halagüeñas, pues Europa no tenía ninguna plaza reservada y solo podían ir tres selecciones del continente. Había cinco claros candidatos: Unión Soviética, Yugoslavia, Grecia, Italia y España. Y los nuestros parecían los más flojos de todos...
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